Campo: un rectángulo de cemento, con columnas altisimas a los bordes (concretamente, en las bases, en este caso, los lados más largos).
Clima: Desconocido, pero la temperatura es fresca.
Hora: 20:30
Posición: Uno en frente de otro, con una distancia de unos 15 metros entre ambos.
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Como si una bestia salvaje rajase los árboles con el fin de atemorizar a su presa, un ruido hacia eco por todo el estadio, un sonido que comprendía algo parecido al cortar la carne hasta llegar al hueso y quedar por un momento atascado hasta terminar su trabajo de sección. El ruido cesó. El color cemento del suelo estaba cambiado, pues ahora era más profundo en algunas zonas, algo no debido al tiempo, si no al corte de un arma; no, no era un corte, era un trío de ellos, casi juntos quedaban como si aquel golpe hubiese sido hecho por un arma de tamaño muy superior al que en realidad era. El ruido regresó, esta vez, más arriba.
La misma secuencia de acordes sesgantes se repitió varias veces después.
Un joven de semblante imperturbable, tranquilo, con ropajes variados, empezando por una prenda similar a una gabardina oscura cerrada desde la cintura hacia para arriba, con el cuello rígido y ancho, dando libertad a su articulación, y un hakama negro acompañado de sandálias azabache; un cinto ancho, pálido, cubría el último trozo de su prenda superior y el trozo sobrante caía por el lado izquierdo del ombligo. Cualquiera que viese, pensaría que aquel crío estaba loco, especialmente con aquel aire siniestro que a menudo le rodeaba.
El efecto que ahora estaba tallado en aquel escenario había sido causado por un arma enorme que Dazaku llevaba en su diestra, que rasgaba el suelo, una columna, el suelo, otra columna...así hasta que llegó en frente de su contrincante. Con un movimiento de brazo, llevó su arma sobre su hombro, dejando caer las cuchillas tras él.
Había una única cosa que el joven no dejaba que los demás viesen, no por miedo o verguenza, ni mucho menos, solo era precaución, pues aunque no había muchos ninjas eruditos, si alguno viese aquello, podría ser malo para los acontecimientos futuros. Llevaba un colgante, con forma de rosario, cuya figura era un círculo con un triángulo inverso, todo en plata, que en vez de estar colocado en su respectivo lugar, anidaba atado en su muñeca izquierda, y le daba la vida como Jashin que era.
La mano izquierda se desplazó al bolsillo del mismo lado en el hakama, agarrando algo para sacarlo. Una pequeña caja, fina, color plata, llevaba un tribal bordado cubriendo la mitad diagonal del recipiente; con la uña del pulgar, el joven abrió la pequeñez, dejando a la vista su contenido: cigarrillos. Llevándose uno a los labios, cerró la caja y la devolvió a su lugar; todo el proceso fue repetido mas esta ocasión con un mechero también en plata. Los índice y corazón siniestros agarraron la boquilla del candente vicio, quitándolo de ahí y dejando que el níveo humo saliese tras de sí. Mientras fumaba se tomaba el tiempo necesario para analizar al otro joven que tenía en frente. Daba caladas aleatoriamente, como si no estubiese pendiente de que el cigarro se consumiese.
Con el filtro entre sus dedos, esperaba. Esperar era lo único que nunca dejaría de hacer, literalmente, jamás concluiría con aquel juego, entre el destino y él solo había una conexión: la inevitable espera.