El sol brilla, los pájaros cantan, el cielo relaja, pero en ese momento, ninguna de esas cosas pasaba, el cielo más que relajarte te irritaba los ojos de lo claro que era, el sol casi ni se distinguía y los pájaros… los pájaros, ya no existían. Un paisaje lleno de rocosos y afilados montes, un suelo más bien molido por las rocas, y lagartijas asadas por el calor se encontraban en ese paraje inhóspito. Sólo alguien idiota o simplemente loco pasaría por aquel lugar. El ardor del sol, podía hacer que la gente se deshidratase en cuestión de horas, y cansaba el doble de lo normal andar por allí. Había que estar esquivando rocas, y pequeños baches por todos lados, no había que descuidarse ni un segundo, si te caías, piedrecillas penetraban en tu herida, y le costaba el doble cicatrizar.
Un individuo ataviado de blanco viajaba por aquel sitio, sin rumbo alguno. Un chico que parecía tener 16 años, alto, y de constitución delgada, que al parecer se sentía bastante agobiado por el calor. Aquel chico estaba bastante más habituado a vivir en aguas, que debajo del calor intenso del sol. Aquello lo quemaba, y a la vez, lo irritaba y lo enfadaba psicológicamente. Iba con una capucha blanca, chaqueta del mismo color, y unos pantalones que le llegaban por la mitad de la espinilla blancos. Calzaba unas sandalias negras dejando sus dedos al descubierto. Iba con la cabeza agachada, sin que se le pudiese ver la cara.
Un chico, que a diferencia de los cínicos, su doctrina no estaba basada tanto en la negación de la filosofía como en la negación de la existencia de un saber objetivo, necesario y universal. Creía que todo era tan subjetivo que sólo era posible emitir opiniones. Solían llamarle cínico pero él se creía escéptico. Alguien que negaba creer en la religión, alguien que creía que todo es subjetivo y pocas veces objetivo. Un chico que vivía en la ignorancia y negación del destino, que vivía simplemente por vivir, y que su único objetivo era no tener más objetivos.